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SAN TARCISIO: EL AMOR CON RECONOCIMIENTO


Nuestro Señor Jesucristo, en la Última Cena, habiendo amado a los suyos hasta el extremo, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y su Sangre, para perpetuar por los siglos el sacrificio de la Cruz y la fuerza renovadora de la Resurrección.

Este
es el Misterio de la Eucaristía, El Misterio grande de la Presencia Real de Jesús en medio nuestro. Nuestra fe confiesa que, bajo las especies sacramentales está verdadera, real y substancialmente Cristo entero con su Cuerpo y con su Sangre, con su alma y con su divinidad.

A lo largo de la historia, muchos han dado testimonio de su amor a Jesús presente en la Santa Eucaristía, uno de ellos es aquel pequeño acólito romano llamado Tarcisio, que es para todos nosotros un ejemplo de vida y un ejemplo para el servicio que realizas en el altar.

Los que, por un llamado generoso de Dios, sirven como acólitos en la Santa Misa deben conocer, imitar y seguir el ejemplo de San Tarcisio. Como nos cuenta la historia, él fue un pequeño acólito que, lleno de amor a Jesús, dio su vida por la Eucaristía. Él, con ánimo generoso se ofreció para servir a sus hermanos que sufrían en la cárcel y que estaban a punto de derramar su sangre por Jesucristo.

Amor, servicio, generosidad, entrega, son algunas de las cualidades que este pequeño santo nos invita a vivir de manera urgente. El mismo nombre de nuestro pequeño patrono es ejemplo para nosotros: Tarcisio significa “Valeroso”. Como no acoger hoy la invitación de la vida de san Tarcisio, que nos llama a servir con generosidad y a llevar un testimonio “valiente” de nuestro encuentro con Jesús que llena de “verdad” nuestra vida.

Recordemos un poco de su vida: San Tarcisio era un acólito o ayudante de los sacerdotes en Roma. Después de participar en una Santa Misa en las Catacumbas de San Calixto fue encargado por el obispo de Roma, el Papa, para llevar la Sagrada Eucaristía a los cristianos que estaban en la cárcel, prisioneros por proclamar su fe en Jesucristo. Por la calle se encontró con un grupo de jóvenes paganos que le preguntaron qué llevaba allí bajo su manto. Él no les quiso decir, y los otros lo atacaron ferozmente para robarle la Eucaristía. El joven prefirió morir antes que entregar tan sagrado tesoro. Cuando estaba siendo apedreado llegó un soldado cristiano y alejó a los atacantes. Tarcisio le encomendó que les llevara la Sagrada Comunión a los encarcelados, y murió contento de haber podido dar su vida por defender el Sacramento y las Sagradas formas donde está el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
El libro oficial de las Vidas de Santos de la Iglesia, llamado “Martirologio Romano” cuenta así la vida de este santo: “En Roma, en la Vía Apia fue martirizado Tarcisio, acólito. Los paganos lo encontraron cuando transportaba el Sacramento del Cuerpo de Cristo y le preguntaron qué llevaba. Tarcisio quería cumplir aquello que dijo Jesús: “No arrojen las perlas a los cerdos”, y se negó a responder. Los paganos lo apalearon y lo apedrearon hasta que exhaló el último suspiro, pero no pudieron quitarle el Sacramento de Cristo. Los cristianos recogieron el cuerpo de Tarcisio y le dieron honrosa sepultura en el cementerio de Calixto”.

El Papa San Dámaso escribió para todos los que se acercaran a la tumba de San Tarcisio, y para ti que compartes su mismo apostolado estas hermosas palabras: “Lector que lees estas líneas: te conviene recordar que el mérito de Tarcisio es muy parecido al del diácono San Esteban, a ellos los dos quiere honrar este epitafio. San Esteban fue muerto bajo una tempestad de pedradas por los enemigos de Cristo, a los cuales exhortaba a volverse mejores. Tarcisio, mientras llevaba el sacramento de Cristo fue sorprendido por unos impíos que trataron de arrebatarle su tesoro para profanarlo. Prefirió morir y ser martirizado, antes que entregar a los perros rabiosos la Eucaristía que contiene la Carne Divina de Cristo”.

San Tarcisio dio su vida por Jesús presente en la Eucaristía, no porque fuera un pequeño “superman”, sino por el reconocimiento de su amor. La gracia de Dios, que llenaba todo su ser, le había permitido reconocer el amor infinito de Jesús por su vida, por su destino, por su felicidad. Jesús, había comprendido el pequeño santo, era el sentido de su vida, el tesoro de su corazón. Ojalá también todos vivamos de esta certeza que brota del corazón del Misterio: Dios nos ama y nos invita a participar de su amor.

Repitamos siempre, cada vez que nos acerquemos al altar, esta pequeña oración:

San Tarcisio, mártir de la Eucaristía, pídele a Dios que todos y en todas partes demostremos un inmenso amor y un infinito respeto al Santísimo Sacramento donde está nuestro amigo Jesús, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad.

  • PARA TRABAJAR

    1. ¿Qué características puedes destacar de la vida de San Tarcisio?
    2. ¿Qué lugar ocupa la Eucaristía en la vida de San Tarcisio?
    3. ¿Qué imitarías de San Tarcisio?
    4. ¿Cuál es tu actitud frente a la presencia de Cristo en el altar?
    5. ¿Cómo vives y cultivas tu amistad con Cristo?
    6. ¿Te pones a disposición de Cristo con toda generosidad y sin reservas?
    7. ¿Quieres y respetas a nuestra Iglesia, al Papa y a nuestros pastores?
    8. ¿Estás dispuesto a ser fiel a Cristo, a pesar de las dificultades?

 

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